Uno de los errores más tremendos y funestos a los que nos ha conducido el igualitarismo es el de hacernos creer que todas las opciones están disponibles para todo el mundo; que, en principio, cualquiera puede (o debería poder) ser o hacer cualquier cosa. En esto lo que se confunde – por regla en virtud de una demagogia tan grosera como perversa – es que una cosa es que ciertos oficios, actividades o posiciones estén acaparados por un sector social y, por lo tanto, prohibidos – de hecho o de jure – a todos los demás; y otra cosa muy distinta es afirmar que, puesto que todas las alternativas están permitidas, cualquiera puede optar por la que se le dé la gana.
Por de pronto, es mentira que todas las opciones pueden estar permitidas. Aunque más no sea porque no hay civilización ni cultura que no prohíba aquellas que le hacen daño o que, al menos, no desaliente aquellas que considera peligrosas para el organismo social. Somos animales sociales y tomamos nuestras decisiones dentro de un contexto social; y en ese contexto social siempre habrá opciones consideradas lícitas o ilícitas – sea cual fuere ahora el criterio utilizado para juzgar o establecer lo lícito.
Pero, además de eso, también es mentira que – aún dentro de lo lícito – cualquiera puede optar por cualquier objetivo de vida. Y es mentira porque hay algo llamado talento, vocación, predisposición natural, o como se lo quiera llamar, que, ya sea de una forma o de otra, le pone límites a lo que podemos llegar a ser o hacer.
JuventudInfame
No hay comentarios:
Publicar un comentario